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Al mismo tiempo, la recuperación del pasado no impedía la respuesta a nuevas necesidades. En el siglo XIX, la literatura y la pintura enfrentaban el desafío de dar forma a una identidad nacional en construcción y de ofrecer un refugio frente a la racionalidad y el materialismo de la modernidad. La Edad Media se convirtió en un recurso ideal porque aportaba símbolos de fe, unidad y heroísmo. La novela gótica recreó escenarios imaginarios cargados de misterio y espiritualidad —castillos, abadías y paisajes sombríos— que expresaban tanto la fascinación por lo sublime como la necesidad de un horizonte cultural común. Del mismo modo, la pintura romántica mostró ruinas góticas, paisajes melancólicos y escenas caballerescas que exaltaban valores religiosos y nacionales. Así, el neomedievalismo encontró en el pasado herramientas para responder a las tensiones modernas, integrando arte y literatura en un mismo imaginario colectivo.

El medievalismo fue un movimiento cultural del siglo XIX que reinterpretó las formas, los elementos y los valores de la Edad Media. Su origen debe entenderse dentro de la corriente historicista, en la cual el neogótico se convirtió en uno de sus principales exponentes. Aunque en un inicio se manifestó sobre todo en la arquitectura, pronto se expandió hacia la literatura, la pintura y otras manifestaciones artísticas, configurando un fenómeno cultural mucho más amplio: el neomedievalismo. En él, el pasado medieval no se entendía únicamente como un estilo formal, sino como un repertorio de símbolos que permitían responder a las nuevas necesidades de una época marcada por la industrialización, el nacionalismo y el Romanticismo.

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La recuperación de lo medieval estuvo estrechamente vinculada a la sensibilidad romántica, que buscaba lo sublime, lo emocional y lo caballeresco. Esta conexión explica que la arquitectura neogótica funcionara también como escenario para la literatura y la pintura, artes que encontraron en la Edad Media un imaginario cargado de espiritualidad y misterio. Como señala Iglesias, el revival gótico se reflejó en los relatos románticos, donde castillos y ruinas servían como marco para explorar lo sobrenatural y lo fantástico. A su vez, Patteta subraya que el neomedievalismo no debe entenderse de manera aislada, sino como un fenómeno cultural integral que se expresó en todas las artes.

En la literatura, la Edad Media fue reinterpretada tanto desde la perspectiva de lo fantástico como de lo histórico. La novela gótica recreó escenarios oscuros y misteriosos, donde la arquitectura medieval tenía un papel esencial: Frankenstein de Mary Shelley y Drácula de Bram Stoker son ejemplos paradigmáticos. A través de ruinas, abadías y paisajes sombríos, estas obras respondían a la necesidad de imaginar mundos alternativos frente a una modernidad cada vez más mecanizada y racional. Paralelamente, autores como los hermanos Grimm recuperaban tradiciones populares medievales, y Walter Scott escribía novelas históricas como Ivanhoe, que exaltaban los valores de caballería y alimentaban un sentimiento de identidad nacional.

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La pintura romántica también hizo del neomedievalismo un motivo recurrente. En Alemania, Caspar David Friedrich representó ruinas góticas envueltas en paisajes melancólicos, como en Abadía en el robledal, donde la arquitectura medieval se transforma en símbolo de espiritualidad y trascendencia. En Francia, Eugène Delacroix pintó escenas caballerescas y cruzadas, exaltando la heroicidad del pasado medieval como fundamento de la nación moderna. En ambos casos, la pintura no solo evocaba nostalgia por lo perdido, sino que ofrecía un lenguaje visual cargado de emociones intensas y valores colectivos.

El neomedievalismo en arte y literatura, por tanto, no fue una mera copia del pasado, sino una reinterpretación que respondió a necesidades concretas del siglo XIX: construir identidad nacional, recuperar la dimensión espiritual y expresar lo sublime frente a los límites de la modernidad. A través de castillos, ruinas, caballeros y cruzadas, las artes de este período encontraron en la Edad Media un lenguaje capaz de transmitir emociones, símbolos y relatos que integraban a la sociedad en un imaginario compartido.

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GRUPO 5

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Giuliana Bernacchia, Mauro Hartvig,

Agustín Krafft, Estefania Zanoguera

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