Poder, control y transformación

Desde el siglo XII hasta el siglo XVIII, el territorio que hoy ocupa la Ciudad de México experimentó profundas transformaciones urbanas ligadas a procesos de dominación política y cultural. Durante el periodo prehispánico, especialmente bajo el dominio mexica, Tenochtitlan fue concebida como una ciudad síntesis del cosmos, donde el espacio urbano era un reflejo del orden sagrado. Sin embargo, tras la conquista española en 1521 , la estructura urbana fue sometida a una profunda reconfiguración que se extendió hasta finales del siglo XVIII.
En este contexto colonial, lo visible se convirtió en una herramienta esencial para afirmar el poder, expresado a través de transformaciones arquitectónicas y espaciales que escenificaban la supremacía del nuevo orden cristiano y monárquico español. La ciudad se convirtió, en consecuencia, en una escenografía de autoridad. No era solo un lugar para vivir y trabajar, sino un escenario cuidadosamente construido donde todo estaba dispuesto para ser visto en un orden que reforzaba la hegemonía política y cultural europea.
La ciudad fue reorganizada bajo el modelo estipulado por las Leyes de Indias, un conjunto de ordenanzas promulgadas por la Corona española que establecían los criterios para la planificación de las nuevas ciudades en América.


Ejemplo de traza urbana que se importo desde europa a la Ciudad de Mexico
Estas leyes dictaban que la ciudad debía articularse en torno a una plaza mayor central, un espacio público que concentraría las instituciones del poder virreinal, como el cabildo, la iglesia y las residencias de la élite. Las calles debían disponerse en un patrón ortogonal o damero, creando una cuadrícula que facilitara la administración, el control social y la organización de la población.
Esta voluntad de construir una imagen urbana imperial se reflejó también en la organización espacial general de la ciudad, y se materializó en fachadas monumentales que respondían a un lenguaje arquitectónico europeo. Iglesias barrocas, palacios virreinales y edificios administrativos se elevaban con presencia dominante, delimitando una experiencia urbana pensada para ser contemplada.
Estas fachadas, combinadas con ejes visuales rectilíneos, dirigían la mirada hacia puntos estratégicos, y permitían construir un sistema de circulación simbólica del poder. Así, la visualidad no fue un simple elemento decorativo, sino una estrategia profundamente política que consolidaba el relato de un orden cristiano, racional y civilizado. Através de este orden visual, se intentó sustituir la memoria del pasado indígena por una nueva lectura de la ciudad, guiada por la simetría, la monumentalidad y la centralidad del poder español.
-Ramón Gutiérrez . "Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica"
"la ciudad virreinal se convirtió, en consecuencia, en una escenografía de autoridad. No era solo un lugar para vivir y trabajar, sino un escenario cuidadosamente construido donde todo estaba dispuesto para ser visto en un orden que reforzaba la hegemonía política y cultural europea”.
Coincidimos en que la intención visible de esta nueva sociedad colonial no fue simplemente ordenar el espacio, sino demostrar poder a través de la forma urbana, articulando un paisaje que naturalizara jerarquías sociales, raciales y religiosas.
El trazado en damero, las fachadas monumentales, la disposición de las instituciones en torno a la plaza mayor y los ejes visuales que dirigían la mirada hacia el corazón del poder no eran decisiones técnicas o decorativas: eran actos políticos, profundamente simbólicos. Lo urbano fue pensado como un lenguaje, una herramienta para legitimar la autoridad de la corona y la Iglesia, y para imponer una nueva visión del mundo, en la que lo europeo ocupaba el centro, tanto físico como simbólico.
